Acabo de experimentar por primera vez el hecho de romper mi mandala. Ha sido todo un proceso de lo más interesante y profundo a la vez con un valor terapéutico impresionante. Lo he hecho inspirada en una técnica y filosofía llamada Kintsugi.

Kintsugi es una técnica de origen japonés que consiste en arreglar lo que se ha roto en una cerámica con un barniz de resina mezclado con polvo ya sea de oro, plata o platino. De esta manera se le está dando un valor mayor al que tenía originalmente la pieza. Este arte que traducido significa “carpintería con oro”, se basa en una filosofía que propone que tanto las roturas como sus reparaciones forman parte de la historia de un objeto y aunque nos parezca destruido y sin ningún valor, las rajaduras no deben ocultarse sino más bien mostrar su transformación para así darle más belleza a la pieza .

Vivimos en una sociedad basada en un exagerado valor a la juventud, a la perfección y a lo nuevo. Lo nuevo representa lo “mejorado” y lo antiguo es rechazado. La vejez y la enfermedad deben esconderse, las arrugas en la cara deben cubrirse o eliminarse y de la muerte ni se prefiere hablar o se la entierra lo más rápido posible para evitar enfrentarse con todo lo que implica. El mensaje que trae en estos tiempos el arte de Kintsugi es el de rescatar la sabiduría de aprender a respetar y honrar lo que se ha dañado o rajado, lo que es vulnerable e imperfecto tanto en nosotros como en los demás.

Todos en nuestras vidas hemos sido rotos de alguna u otra manera, esto es parte inevitable de la vida misma. Nuestros corazones han sido heridos varias veces en nuestra vida y muchas de las veces por cumplir con las expectativas del mundo y de los demás a costa de nuestras necesidades. Cuando hemos tratado de protegernos de nuestras heridas callando lo que sentimos. Cuando nos hemos abandonado y traicionado a nosotros mismos.

Puede ser que no podamos elegir lo que se ha de romper en nosotros pero lo que sí tenemos poder de elegir es qué hacemos con estas roturas. Tenemos tres opciones:

  1. Hacernos de la vista gorda, pretender que no ha pasado nada, que estamos “muy bien” y sepultar todo a la sombra.
  2. Engancharnos en la rotura y nunca sanar, repitiendo así las viejas historias una y otra vez.
  3. O comprometernos a trabajar y sanar internamente nuestras heridas, nuestros espacios rotos para hacer de estos espacios lugares más amplios, saludables y más fuertes de lo que eran. Es ahí cuando nuestras heridas se transforman en una belleza inigualable.

El arte de Kintsugi, es una bella metáfora de acoger nuestra curación y encontrar el oro en nuestras cicatrices de manera tal que podamos usar precisamente ese oro como testimonio y ayuda en la sanación de otros.

 

EL PROCESO DEL MANDALA KINTSUGI

 

Trasladando este arte y esta filosofía a la creación de mandalas, puedo decirles que es una técnica muy profunda. Cuando inicié el proceso no me imaginé que iba a ser tan conmovedor. Sentí el impulso de experimentarlo en carne propia justamente cuando me encontraba en un proceso de sanación.

Me conecté con la parte de mi vida que más dolía, con la herida misma. Luego empecé la creación de mi mandala, sentí la necesidad de dibujar mi mano, nunca había incluído en mis mandalas mi mano, así que fue algo nuevo.

Luego vinieron intuitivamente formas y colores que hicieron de mi mandala un reflejo claro de mi tema. Esa mano que salía con esfuerzo y determinación diciendo: “Pare”, “Stop”, esas raíces que a veces eran como serpientes que me agarraban, ese muro naranja y negro de impotencia, las lágrimas del dolor y dos seres como pájaros testigos.

La verdad al terminar mi creación sentí que era un mandala fuerte, muy fuerte, pero que revelaba claramente lo que pasaba en mi interno. Indiscutiblemente el mandala expresa mucho mejor lo que nos ha pasado que cuando intentamos explicarlo con palabras.

Lo dejé reposar y regresé para empezar a romperlo. Sentí definitivamente que con tijera no era, así que me dispuse a romperlo con las manos. No puedo describir las sensaciones y emociones que empecé a sentir cuando lo rompía. No quería hacerlo, no quería sentir, no quería desgarrarme, así que lo hice de manera lenta, lenta, respirando y con atención plena de todo lo que sucedía en mí.

Romper el papel fue un acto simbólico del dolor y la angustia que experimenté en esa situación de mi vida. Muchas cosas se escaparon de mi control y ya no puedo cambiar lo que me pasó. Aceptar que no hay culpa, que no pude hacer nada.

Esto no es un proceso de dramatizar el pasado o sentirse víctima, o culpar a los demás sino que es un proceso sagrado de volver a conectarse con la situación lo suficientemente como para que nuestro ser se fortalezca y se convierta en una hermosa joya.

Luego de romper el mandala tuve que tomarme un tiempo y volver a él para pegar las diferentes piezas. El proceso de restaurar mi mandala, de reparar mi dolor, fue muy reconfortante. Sentí un gran alivio y me sentí más completa. Usé pega dorada y pude darme cuenta que estaba concentrada en que todas las piezas estén en orden y que sean bien pegadas, que no quedaran partes sin pegar. Como si mi interno necesitara confirmar que todas las capas estén selladas, reparadas, restauradas. Lo hice prolijamente, con mucho cuidado, con mucho cariño.

Una vez que terminé de pegar, lo observé, me observé. El mandala ya no era tan impactante como al principio, lo podía percibir como algo lejano, como una película antigua y borrosa que no se sentía presente. Ahora tiene una luz dorada y esa luz es la que sobresale sobre todo. Se ha hecho la alquimia, la transformación que no es sólo en volver a juntar las piezas de mi vida quebrada sino en una re-creación total en donde mis piezas rotas se transforman en una hermosa obra maestra.

En las partes restauradas puedo encontrar mi fortaleza. En cada una de mis heridas, de mis sufrimientos y de mis miedos sé que existe la posibilidad de rescatar un sentido y un aprendizaje más profundo, de recuperarme y levantarme con más fuerza.

Estoy segura que esta técnica será de gran ayuda para todos mis pacientes por lo que pienso aplicarla en mis sesiones de Mandala-Terapia.

Para mí ha sido una restauración sagrada el transformar el plomo del sufrimiento, el propio y el heredado, en oro. Este proceso me conectó con mi sueño de jovencita de estudiar restauración de arte, ahora lo veo como una metáfora en mi vida, ahora me he convertido en la restauradora de mi misma, de la obra de arte que Yo Soy.

Susana Guerini

*Artículo protegido por el registro de propiedad intelectual

 

 

Pin It on Pinterest

Si te gustó, compártelo con tus amig@s