Entrar en un proceso creativo mandálico es básicamente entrar en un estado de rendición, de entrega. Se trata de abandonar todos los procesos que tienen lugar en la cabeza para permitir que emerja esa inteligencia amorosa que busca sanación.

Me embarqué en esta travesía desconocida donde no sabía a dónde iba a llegar o con qué me iba a encontrar. Así fue este proceso mandálico, donde necesité mucha confianza y aceptación para poder permitir que se exprese lo que necesitaba expresarse.

Cuando inicié este mandala lo hice primero conectándome como siempre con el espacio en blanco del círculo, sintiendo su energía y honrando lo que quiera salir de él. Luego con mi mano izquierda sobre el círculo la giré y giré en el sentido de las manillas del reloj y dije en voz alta: “ salta, salta, salta!”. Inicié los trazos, primero con compás. Dibujé varios círculos intuitivamente, sin saber a dónde me iban a llevar.

Luego sentí esos círculos como si fueran cortinas que querían destaparse, ya en comunión y conexión conmigo misma fui más allá y me dije: ”no sé qué hay detrás pero confío y me dejo llevar”. Y es precisamente ahí, en ese soltar, donde empezaron a suceder cosas.

Comencé a dar diferentes formas en los círculos, iniciando con la forma que más pedía atención, lo que más tarde se convirtió en el pelo de esta figura. Me dí suficiente tiempo en este espacio, sentí los espirales en mi cuerpo como tierra en movimiento. Era la sensación de que largo tiempo había estado esta tierra seca y dura y ahora empezaba a moverse con la ayuda del agua. Disfrute mucho mientras la pintaba con todas sus tonalidades, como si la vida en sus entrañas de madre llevara capas de movimiento, cada una con su propia tonalidad con su propia finalidad. Ese cabello ya tenía movimiento y parecía moverse con el viento. Se mezclaban ya tierra, aire y agua en tan sólo una parte del mandala. Era muy poderoso, es por esto que me tomó tiempo permanecer ahí y poder sentir finalmente el fuego dinámico de la vida en mí. Fuego que me permitiría más tarde en el proceso enfrentarme al centro de mi mandala.

Cuando sentí que era suficiente en ese espacio empecé a moverme en los demás con mucha seguridad y fluidez sin esperar nada. Así se fue llenando el mandala hasta poder ver que se trataba de una mujer. Me recordó mucho a mi mandala de la portada de mi libro, ambos con mucha fuerza y empoderamiento

Cuando todo alrededor se completó regresé a la cara y es ahí cuando empezó un proceso peculiar. Era como si todo lo anterior hubiera sido una preparación para poder entrar más profundo, tener más espacio para poder dar cabida a lo más íntimo.

No quise ponerle color piel a la cara, me llamaba algo diferente, tenía que ser de otro color , quería salir de los conceptos y elegí el color azul. Dibujé los ojos abiertos y la nariz que se dio sola con trazos restantes de los círculos. La boca también la hice con mucha soltura y finalmente pinté un poco de pelo color azul alrededor y un cerquillo alto.

Ahí se paró el proceso. Me tomé tiempo para caminar, hacer otras cosas con atención plena dejando que las fichas caigan y digiriendo un poco todo lo que se había movido. Más tarde regresé y lo miré, y me llamó la atención la figura, sobretodo la cara, me parecía un soldado de plomo. No me decía nada todavía.

Regresé un par de veces y seguía ese hombre de hojalata. No era desagradable, ni miedoso, pero no me convencía. Era inflexible, carecía de emoción, de expresión emocional. Era pura apariencia, falso, insensible pero con expresión de “estar bien”. Sentía cómo a veces a nosotras las mujeres tantos golpes y luchas en la vida nos endurece el corazón y llevamos una cara de “todo bien” tapando nuestras heridas y separándonos de los demás para no volver a sentir. 

Lo dejé por un tiempo, cuando regresé ese soldado de hojalata era mi madre. Me conecté cuando ella contaba que de chica llevaba pelo corto lacio con flequillo alto. Era ella cuando era pequeña, era tan claro. También movida con lo que había visto lo dejé reposar y empezó dentro de mí una necesidad de que no esté en mi mandala. Me puse ansiosa de querer taparla, de querer transformarla, de sacarla de mi mandala.

Me preguntaba ¿por qué siento esta necesidad? Y mi corazón me decía que ese espacio era mío no de ella. Que mi vida es mía no de ella. Que no tengo que repetir sus historias, sus traumas, que no tengo que dejar de ser feliz para ser leal a su sufrimiento. Se dió un proceso sistémico en mi mandala sin buscarlo. 

Y así inició el proceso de rescatarme a mí misma.

Me tomó tiempo y varias maneras de poder sacarla, parecía imposible. Usé otros colores, usé pasteles, agua y nada. Finalmente tomé la decisión de usar un azul más oscuro y tapar todo. Así lo hice y sentí alivio, se había ido.

Ya más tranquila, en paz, sintiendo que ese era mi espacio, mi mandala, mi mundo, dibujé intuitivamente unos ojos cerrados y una boca. Se transformó en un rostro sereno, tierno y en paz. Sentí una liberación de una energía que me tenía atrapada y ocupaba mi vida.

Ahora sí estaba terminado, dejé atrás historias que no me pertenecían, solté cargas que no eran mías y ocupé mi espacio para vivir mi propio camino.

Yo soy yo y tú eres tú.

Susana Guerini

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